13 junio 2006

¿Todo Vale?

Desde siempre, los intereses racionales y las pasiones emocionales han entrado en trascendentales conflictos con los códigos morales de los individuos y las sociedades. Estos tres elementos, formando un triángulo de poderosos vértices, han supuesto un escenario de batalla para la guerra que se desata en toda mente humana a lo largo de su evolución personal. Sin embargo, en todas las épocas ha habido uno de ellos que culturalmente ha logrado tener más peso (en la época clásica las pasiones, la Edad Media la moral, con el Humanismo el lado más racional), y sin duda en la época que vivimos, los intereses racionales son los que tienen la sartén por el mango.

Concretamente, dentro de los intereses racionales, priman los materiales, y en nombre del capitalismo y el progreso económico se han cometido enormes barbaridades en tan solo unas décadas. Por ejemplo, la mercantilización de las profesiones.

No voy a aburrirles hablándoles de la corrupción que hay en prácticamente cualquier profesión, pero sí de la corrupción moral de aquella que me toca:

el periodismo. Desde hace mucho tiempo ya, venimos presenciando con macabro morbo mediático la agonía de una de nuestras cantantes más reconocidas. El espectáculo en que algunos medios han convertido la muerte de Rocío Jurado, nos ha hecho comprobar hasta qué punto los medios están dispuestos a convertirse en aves de rapiña con tal elevar los niveles de audiencia, sin importar cuán ofensiva y deleznable puede ser la información que venden.

Desde que la noticia se ha convertido en producto, una pregunta planea en los códigos deontológicos de los medios de comunicación: ¿todo vale? Si bien el vértice moral del periodismo pasa por erigirse en “guardianes y custodios” de la libertad y las reglas democráticas, ha bastado convertir a los medios en “empresas” para pasar a valorar casi exclusivamente el vértice del interés material de forma que la ética periodística sustente su razón de ser en generar beneficios.

Ahora bien, tenemos por otro lado al perro que se muerde la cola al preguntarnos, ¿son los medios los culpables de su propia decadencia por ofrecernos esos vergonzosos contenidos, o somos nosotros los que demandamos esos contenidos y los medios simplemente se limitan a obedecer esa demanda?

¿Quién decide lo que es y no es noticia?

No sé si les habrá pasado lo mismo, pero curiosamente, a raíz de la (des)información sobre la muerte de la cantante, todas las personas con quien he hablado del tema han coincidido: “es demasiado”. Muchas de estas personas son consumidores de prensa rosa, con lo cual se ve que incluso el segmento al que se dirige el producto actual, no está del todo de acuerdo con lo que recibe. ¿Entonces?

Pues es fácil. Si nos dan a elegir entre Ana Rosa entrevistando a Antonio David, Maria Teresa a Rociíto, Inés Ballester a Marujita Díaz o un soporífero documental de la 2, el criterio para elegir es bastante limitado.

Uno se queda con lo menos terrible. Porque sinceramente, una televisión de calidad que funcione es difícil de inventar cuando ya hay una línea de producto informativo al que se le puede sacar dinero suficiente por publicidad. Hablando claro, ¿por qué molestarse en inventar una oferta cultural que interese al pueblo, si da más dinero ofrecerle un Gran Hermano?

Por otro lado, no es nuevo para nadie que el filtro por el que se cuelan las noticias suele dejar un sutil tinte de parcialidad (a veces no tan sutil), debido a la sumisión de los medios a determinados partidos políticos, y que en un intento de mantener la conciencia limpia, los periodistas llamamos “línea editorial”.

Con este escenario, claramente predomina una tendencia hacia el beneficio económico de los reducidos oligopolios que controlan los medios, y de los subyacentes núcleos políticos que los manipulan. Con este escenario, claramente se denosta el derecho de una ciudadanía a tener unos medios que la defienda de las amenazas de los derechos fundamentales, unos medios que le enseñen y culturicen, unos medios que promuevan y protejan los intereses de su población.

Desde luego hemos llegado a un punto en que la situación se ha desmadrado, y necesita por nuestra parte, periodistas, una seria reflexión deontológica sobre cómo estamos tratando la realidad, e incluso sobre qué realidades estamos convirtiendo en noticia. Conviene quitarnos la careta de falsos libertadores y defensores de ciudadano para que se vea que somos trabajadores sometidos a “líneas editoriales” (que alguien me explique qué es esto, que nunca lo entendí muy bien) que coartan nuestro pensamiento; sometidos a unas reglas de oferta y demanda que limitan la productividad, la creatividad y el cambio; sometidos a las presiones y perversiones políticas que por otro lado también mastican la moral y el trabajo de nuestras empresas de comunicación.

Conviene quitarle también la máscara al periodismo y dejar patente que el periodismo ha perdido su vértice moral para convertirse en una empresa más, donde se acabó ese espíritu libertario que pretendía cambiar la sociedad de cada momento para mejor.

En definitiva, es hora de darnos un tirón de orejas por permitir que nuestra profesión haya caído en esta telaraña del neocapitalismo despótico que todo lo impregna (personificado en esperpentos como la prensa rosa, y a los intereses económicos y políticos que subyacen tras cada palabra que leen u oyen ustedes). Es hora de equilibrar de nuevo el triángulo, y no sólo por parte de los medios, ya que el principal estímulo para cambiar la política de contenidos que hemos tenido hasta ahora, debe empezar por uno mismo: por uno mismo y su mando a distancia”

john@gomeraverde.com

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