22 mayo 2006

El doble estigma del Estado

Daniel Iván García Manríquez

Publicada, la Ley Televisa es como el cuadro de un pintor malo colgado en la sala con orgullo. El pintor malo puede incluso reírse de su falta de talento ­y de su pericia para engañar al poco juicioso comprador­, pero para el dueño de la sala todo es mal gusto y vergüenza. Y el cuadro de las reformas a la Ley de Radio y Televisión está escandalosamente colgado en el medio de la sala del Estado mexicano. No hay cómo ocultarlo a las visitas.

En un escenario de total falta de sentido, como en el que ahora nos encontramos, la tentación de no hacer nada, de no esperar nada o de reducir la exigibilidad de nuestros derechos al absurdo es tal vez la tentación más recurrente. Porque, claro, pareciera que no hay a quién exigirle y que, en todo caso, hacerlo puede caer en la categoría de "afán paralelo". No olvidemos que en tiempos aciagos cualquier amago de fundamentalismo puede sonar como una buena idea o como un chispazo de inteligencia; sobre todo si viene de aquellos cuya sangre no está en juego, como dijo Ambrose Bierce.

Pero las radios comunitarias, los incómodos de siempre, hemos estado pensando en el futuro y reiteramos la pregunta: ¿cabe pensar que los derechos fundamentales son prorrogables en beneficio de un marco jurídico? ¿No es ése, en todo caso, el razonamiento del que parten todos los totalitarismos? Si no nos hemos quedado atrás en la lectura de la historia, intuimos que debería ser exactamente al revés. Las leyes, como instrumentos del bien común, deben tender siempre a subrayar frente a la nación los derechos de las personas; si no lo hacen, sólo pueden aspirar a convertirse en una burla.

Y es precisamente en ese sentido en el que el Estado mexicano tiene hoy ese doble estigma: el de su culpa y el de su obligación. Porque nuestros derechos como ciudadanos no prescriben frente a la Ley Televisa ni frente a su reforma paralela o su elogio de la locura. Las responsabilidades del Estado no caducan por un mes o dos o cien de desvergüenza. Y nuestro papel como ciudadanos no prescribe ante el absurdo; al contrario, éste lo refuerza, le da una pertinencia insoslayable.

Sigue pues la Suprema Corte. Sigue también, como una mirada al futuro, mirar los protagonismos que en esta lucha pequeña, pero grande, de las radios comunitarias han sido. Afianzarnos en lo que las personas tienen de importantes; en recordar que no estamos solos. Acordarnos de los nombres de Marco Levario (director de la digna revista que el lector tiene en sus manos, amigo incansable de nuestra causa y lector incisivo de nuestras decisiones), de Héctor Villarreal (quien, en su momento, desde la Secretaría de Gobernación puso el cuerpo y la inteligencia por nosotros) y tantos otros nombres que le han dado y le siguen dando alivio a la carga de olvido que otros ponen en nuestros hombros.

Y sigue recordarle al Presidente que no ha dejado de ser el Presidente, aunque se pueda coquetear con la idea de que debería. Mientras esté allí y mientras le paguemos para ello, vamos a exigirle que cumpla con su obligación de generar condiciones para que las radios comunitarias y públicas, la libertad de expresión y todas las menudencias que hoy están en juego gracias al sinsentido de esta ley encuentren un resguardo.

Si no lo hacen, la derrota seguirá siendo suya... y el derecho de nosotros y de todos los que nos acompañamos en esto.


Representante nacional de AMARC-México.

http://www.etcetera.com.mx/pag11ne67.asp